• El 21 de enero de 2024 se cumplen 85 años de la entrada de las tropas franquistas en Vilanova i la Geltrú.

El 21 de enero de 2024 se cumplen 85 años de la entrada de las tropas franquistas en Vilanova i la Geltrú, un acontecimiento que sucedió en las últimas fases de la Guerra Civil española. Para la ciudad, el día 21 de enero de 1939 significó el fin del conflicto bélico, pero el comienzo de otra etapa que acabaría prolongándose 40 años. ¿Cómo vivieron los habitantes de Vilanova aquel episodio de la historia? A continuación puedes leer varios extractos del libro Crònica de la Guerra Civil a Vilanova i la Geltrú, escrito por Xavier Canalís y publicado en el año 2000.


Imagen área de Vilanova i la Geltrú en la primera mitad del siglo XX.

Técnicos soviéticos destruyen la Pirelli con explosivos

En noviembre de 1938 concluye la Batalla del Ebro, que ha durado tres meses. En ella han muerto 33.000 soldados de las tropas nacionales y 30.000 hombres del ejército republicano. Las columnas franquistas ahora pueden avanzar sin obstáculos para conquistar Cataluña.

Vilanova i la Geltrú se llena cada vez más de refugiados y personas que huyen. Concepció Ventosa recordaba que «los últimos meses fueron muy tristes. Cada vez se pasaba más hambre. Nosotros teníamos la casa llena de gente, porque primero vino un amigo de mi padre, de las cooperativas de Madrid, con su esposa y dos niños. Se quedaron en la finca agrícola. Luego vinieron dos familias de valencianos, con carros, como fuimos nosotros más tarde, cargados con trastos. Pasaba mucha gente. Intentabas ayudarles en lo que podías».

Las autoridades republicanas ordenaron entonces a los pescadores que abandonaran la playa de Vilanova y llevaran sus barcas al norte de Cataluña. «Las embarcaciones fueron hasta Portbou, en la frontera. Y allí se quedaron. Esto impidió que hubiera pescado en la ciudad durante los últimos meses de la guerra», explicaba Santos Robles, que vivía con una familia de pescadores.

En diciembre de 1938 y los primeros días de 1939, las tropas republicanas y miles de refugiados huyen en desbandada hacia Barcelona, pasando por Vilanova i la Geltrú.

Jaume Carbonell recuerda que la carretera, llena de gente, vehículos y carros, ofrecía «una visión dantesca, una visión de retirada». «Y escuchabas: ya están en Tarragona. Y cuando la cosa se acercaba por aquí, en Cunit, ya se oía retumbar: cañones».

El 20 de enero de 1939, las tropas franquistas están a las puertas de la ciudad. Las calles están vacías. La gente está escondida en sus casas. Otros han decidido cargar sus pertenencias en un carro o en un coche y huir hacia Francia, hacia el exilio.

Sin embargo, en la Pirelli hay una intensa actividad: han llegado unos técnicos soviéticos acompañados de un intérprete. Los rusos llevan unos planos de la fábrica y cargas explosivas. Las órdenes que han recibido del alto mando republicano son muy claras: destruir la industria de guerra más importante de Vilanova i la Geltrú para no dejarla en manos del enemigo.

Según explicaba Jaume Carbonell, que entonces trabajaba como oficinista en la fábrica, los técnicos soviéticos estuvieron observando las diferentes instalaciones de la Pirelli antes de proceder a la colocación de los explosivos. «La entrada de las tropas franquistas era inminente. Recuerdo que fuimos un grupo al economato de la Pirelli, donde entonces ya no quedaba nadie, y cogimos unos víveres».

Una vez colocadas las cargas explosivas, la fábrica es desalojada. Al mediodía del 21 de enero se puede escuchar en toda la ciudad una gran explosión. Las enormes columnas de humo que provocó la voladura de la Pirelli se pudieron ver desde kilómetros.

Sin embargo, posteriormente se encontraron algunas cargas que no habían llegado a explotar. ¿Habían hecho mal su trabajo los técnicos soviéticos? ¿O alguien saboteó los explosivos para evitar una destrucción total de la Pirelli?

Esa misma noche, las avanzadas de la quinta división de Navarra, comandada por el general Juan Yagüe, entrarán en la ciudad.

Por la noche, el parte de guerra de Radio Burgos, la radio franquista, proclamará: «Las tropas nacionales han entrado en el día de hoy en la importante población de Villanueva y Geltrú, centro de comunicaciones e industrial».

El grueso de las tropas franquistas entra en Vilanova

La entrada de las tropas franquistas en Vilanova i la Geltrú fue el 21 de enero de 1939 por la tarde. Muchos vecinos, sin embargo, no se habían enterado porque estaban cerrados en sus casas o habían ido a los refugios antiaéreos. Temían que la ciudad pudiera convertirse en el campo de batalla entre dos ejércitos. Finalmente, no fue así y los soldados franquistas entraron casi sin encontrar resistencia.

Sin embargo, un pequeño grupo de soldados republicanos, atrincherados en una intersección del centro de la ciudad, dispararon tiros contra las avanzadas nacionales. Estas respondieron con fuego de ametralladoras y rápidamente eliminaron la escasa resistencia.

Un oficial de la avanzada, acompañado de un sereno, fue hasta la Plaça de la Vila y tomó posesión del Ayuntamiento. Allí solo había una persona: el vigilante de la puerta.

A las dos de la madrugada, otro grupo de soldados nacionales fue hasta los refugios subterráneos de la Plaça de les Neus, donde estaban pasando la noche muchos vecinos. Les dijeron que ya podían salir e ir a sus casas, que para ellos la guerra ya había terminado.

Pau Albà i Manyé salió a la calle a las diez de la mañana del 22 de enero de 1939. Como él, muchos vilanovins más que se ocultaban salieron de sus casas ese día. Por la antigua carretera (la actual calle Habana) pasaban los soldados del cuerpo de ejército marroquí de las tropas franquistas, en dirección a Sitges.

Albà, un campesino de 33 años, había estado escondido en su casa durante los últimos meses para evitar ser reclutado por el Ejército republicano. Ahora, sin embargo, podía salir al exterior con la convicción de que ya no tendría que ir a la guerra.

En la Plaça Cap de Creu, Pau Albà se encontró con Joan Raspall i Martí, uno de los líderes de la Colectividad Agraria, el movimiento que había colectivizado las tierras de particulares durante la etapa revolucionaria.

«Éramos amigos, aunque no pensábamos igual, no tenía nada que ver. Nos habíamos peleado a veces, porque él era uno de las personas importantes de la Colectividad. A veces habíamos tenido palabras».

«Y le dije: ¿qué haces aquí? Y él respondió: ‘Yo no he hecho nada’. Has hecho lo que no quieren que hagan los que entran ahora. ‘Eso sí, pero yo no he matado a nadie’. Porque Franco decía que quien no tuviera las manos manchadas de sangre no lo mataría».

«Le dije: yo, si fuera tú, me escondería al menos dentro de tu casa, que no te vean. Estate unos cuantos meses escondido, y cuando salgas, las aguas ya estarán más tranquilas. No irán por todas partes como van ahora. ‘Yo no me escondo’, me respondió. Y a ese hombre lo agarraron y lo mataron. Y como él, creo que hubo otros».

Efectivamente, Joan Raspall, de 39 años, fue detenido por las autoridades franquistas poco tiempo después. El antiguo dirigente de la Colectividad Agraria de Vilanova i la Geltrú fue fusilado en el Camp de la Bota de Barcelona el 1 de agosto de ese mismo año.

Raspall fue uno de los 18 vilanovins que fueron condenados a muerte por el régimen franquista al finalizar la Guerra Civil. La mayoría fueron fusilados en Barcelona entre 1939 y 1942.

Con la luz del día, muchas personas se acercaron hasta la Pirelli para ver cómo había quedado la fábrica, destruida con explosivos el día anterior. Al fin y al cabo, la Pirelli era la fábrica más emblemática de la ciudad, símbolo de la Vilanova industrial. Columnas, techos y paredes habían caído como consecuencia de la voladura, y gran parte de la maquinaria también había sido destruida.

Entre las ruinas, sin embargo, se encontraron cargas que no habían explotado. Jaume Carbonell apuntaba: «Respecto a esto, cada uno podrá dar la versión que quiera, que se han dicho diversas. Que quizás los técnicos soviéticos encargados de destruir la fábrica lo hicieron mal, cosa que no creo; pero también que los encargados de poner los explosivos no hicieran todas las conexiones, con el objetivo de no destruir el pan de Vilanova…»

«Porque aunque la operación de destrucción de la Pirelli había sido dirigida por unos técnicos soviéticos, los que ayudaron y pusieron los explosivos eran gente de aquí, gente que sabía que la Pirelli era una industria que daba vida a la inmensa mayoría de familias de Vilanova. Es decir, se podría decir: sabotaje. Sabotaje para que la destrucción no llegara a ser total. Aun así, la Pirelli quedó muy destruida», indicaba Carbonell.

Soldados de Vilanova i la Geltrú logran volver a casa

Mientras las tropas franquistas han entrado en Vilanova i la Geltrú, el ejército republicano continúa su retirada hacia el norte de Cataluña.

Los ejércitos de Franco entran en Barcelona el 26 de enero de 1939. Ese mismo día, el soldado republicano Bonaventura Orriols, un joven de Vilanova i la Geltrú, estaba en Montcada, cerca de una fábrica de cemento. «Mi compañero y yo, al ver la desbandada, comprendimos que era el final y abandonamos. Fuimos caminando por la vía del tren y nos encontramos con un capitán de carabineros, policía republicana, y sus hombres. Nos podrían haber detenido porque éramos desertores, pero el capitán se hizo cargo de la situación y nos dejó continuar, advirtiéndonos que los nacionales ya estaban en Montjuic».

Orriols y su compañero logran llegar sin más obstáculos a Barcelona y se despiden. Entonces, el joven soldado vilanoví se dirige al Ministerio de la Marina, en la calle de Balmes, donde encontraría a sus hermanos Josep y Joan Orriols y a tres amigos de Vilanova más: Antoni Montaner, Gabriel Almirall y Ramon Sabadell.

Cuando las tropas nacionales llegan y ocupan el ministerio, todos ellos quedan en una delicada situación. Al fin y al cabo, llevaban los uniformes de soldados republicanos.

Afortunadamente para los seis vilanovins, el capitán de navío Juan Armand, conocido por los hermanos Orriols, intercede a su favor. «Estábamos todos juntos cuando un oficial de alta graduación de los que habían ocupado el ministerio preguntó a Juan Armand quiénes éramos nosotros. Él le hizo una pequeña explicación que terminó diciendo: ‘De estos respondo con mi cabeza'».

«Al día siguiente de la entrada de los nacionales a Barcelona, decidimos marchar a pie a Vilanova», relataba Bonaventura Orriols. Iban por las costas del Garraf cuando un camión del ejército los recogió. «Lo conducía un soldado gallego que, al ver a alguno de nosotros vestido de Marina, nos dijo: ‘¿Qué hay marineros? ¿Voy bien para Tarragona?’. Un buen chico, que nos dejó subir al camión».

Ya era de noche cuando llegaron finalmente a Vilanova: «¡Pam, pam, pam! Esos tres golpes en la gran puerta de madera fueron los más bonitos y esperados por mis padres en toda la vida. Llegábamos los tres hermanos al mismo tiempo y nos reencontrábamos con toda la familia».

En cambio, un amigo de Bonaventura Orriols, el soldado Joan Coll, fue hecho prisionero por las tropas franquistas y enviado al campo de concentración de San Marcos, en la provincia de León. Según explica Coll, los oficiales franquistas daban la oportunidad a algunos soldados republicanos capturados la posibilidad de alistarse en el ejército nacional «porque de ese campo de concentración tenías que salir depurado».

De esta manera, Joan Coll (un soldado que al inicio de la Guerra Civil había formado parte de las tropas sublevadas en Barcelona y que luego combatió en el Ebro en las filas del ejército republicano) volvía a ser una vez más soldado de los nacionales al final del conflicto bélico.

El mismo Joan Coll bromeaba sobre su extraña carrera militar: «Yo he jurado un montón de banderas. Unos te decían: ‘¿Jura usted…?’. ¡Sí, juro!. Los otros: ‘¿Jura usted…?’. ¡Sí, juro!… No sé cuántas veces he jurado».

Según añadía Coll, unos meses más tarde incluso juró en falso en los juzgados de Vilanova i la Geltrú: «Acabada la guerra, había muchos chicos desaparecidos, muertos. Y a sus familiares les interesaba justificar la muerte para repartir los bienes… Y ya tienes a Coll en los juzgados: ‘Este estaba conmigo, lo vi morir’. Y así en esa casa quedaban arreglados».

Centenares de vilanovins, camino del exilio

Entre enero y febrero de 1939, cientos de vilanovins que temen represalias por parte del nuevo régimen se han unido a una caravana formada por soldados, mujeres y niños, políticos y simpatizantes republicanos. Todos quieren llegar a la frontera.

Concepció Ventosa, que también huía con su esposo hacia Francia, estuvo unos días refugiada en una masía cerca de Figueres. En este mismo lugar estaban alojados precariamente los miembros del Gobierno de la Generalitat de Cataluña.

«En esa masía también estaban Pompeu Fabra, Mercè Rodorera… Una manta en el suelo, frío, gente por todas partes. Y vi al Presidente, Lluís Companys. Él paseaba entre los colchones. Me lo presentaron y dijo: ‘Parece que se parece a su padre, esta chica’. Después, cruzamos la frontera», recordaba Ventosa.

La llegada a Francia no fue fácil. «Íbamos hijos y amigos, y cuando llegamos a la frontera, los gendarmes franceses hicieron bajar a todos los hombres. Entonces, nos quedamos con criaturas pequeñas, las mujeres, no sabíamos qué hacer. Luego encontramos a mi padre. Estábamos desesperados. No nos dejaban entrar en ningún lugar».

«Hacía un frío que pelaba. Montañas nevadas. Allí, suerte que repartían leche. Y entonces, un vilanoví, que tenía un garaje allí, el Segarra, de una familia de marineros, nos dejó entrar al garaje y nos instalamos como pudimos, en medio de los coches».

Concepció Ventosa y su esposo pudieron instalarse en Montpellier. Después, en junio de 1939, el matrimonio decidió regresar a Vilanova i la Geltrú para reabrir la fábrica.

En cambio, su padre, Joan Ventosa i Roig, que podía ser severamente juzgado por las autoridades franquistas, embarcó unos meses después rumbo a México, al exilio, junto con su esposa. Ya no volverían nunca más.

Entre el 5 y el 9 de febrero, toda Cataluña queda ocupada por las tropas de Franco. Más de medio millón de personas han huido a Francia.

Mientras tanto, en Vilanova i la Geltrú se había quedado un destacamento de guardia, formado principalmente por soldados de Marruecos.

Jaume Carbonell explicaba: «Aquí lo curioso del caso fue lo de los moros, que hicieron sacar todos los duros de plata, que sabían que la gente aún guardaba en casa. Y no daban según qué víveres. Querían, nada de papel moneda, eso era papel mojado, sino monedas de plata, que mucha gente guardaba».

Santos Robles también recordaba este episodio: «La plata, sí. La plata era todo un valor. ¡Los moros! Los moros saquearon. Allí donde estaba el bar Orient, en la parte de arriba, en la calle, donde estaba el Pujante, había una entrada y una ventanita. Y había un moro allí que tenía de todo: chocolate, bollos, mermelada… Y él: ‘plata, plata’. ¿Sabes?».

Pocos días antes del fin de la guerra, el vilanoví Joan Mestres, oficial de Estado Mayor del ejército republicano, tiene la posibilidad de marchar al extranjero. Si él lo desea, sus superiores le facilitarán un pasaporte y los medios para llegar hasta México. A pesar de ello, Mestres declina la oferta.

«¿Por qué no me fui? Porque consideré que por el hecho de haber sido oficial no me debían fusilar. No había matado a nadie, había defendido un gobierno legítimo, un gobierno aprobado por el pueblo en unas elecciones. Los invasores eran ellos. Si había justicia internacionalmente nos tenían que respetar… Y no fue así», explicaba Joan Mestres.

La Guerra Civil termina el 1 de abril de 1939. Cuando Joan Mestres fue capturado prisionero, el joven oficial fue juzgado por un Consejo de Guerra, que lo condenó a seis años y un día. Aunque quedó en libertad provisional, en 1941 fue destinado durante unos meses a un batallón disciplinario.

Después, cuando regresó a Vilanova, estuvo controlado permanentemente. «Me tenía que presentar ante la Junta de Libertad Vigilada de vez en cuando. Luego, venía la Guardia Civil a pasar revista, aquí en casa. Esto fue hasta el gobierno Suárez, en la transición. Es decir, que hasta prácticamente el año 1982, cuando el partido socialista ganó las elecciones generales, estuve controlado por la Guardia Civil».

Represión y torturas en Vilanova i la Geltrú

El nuevo régimen franquista pone en marcha una durísima represión desde el primer día de la ocupación de Vilanova i la Geltrú. Los soldados y oficiales que han combatido en las filas del ejército republicano y que han regresado a sus hogares son los primeros en sufrir las consecuencias.

El 9 de febrero de 1939 entra en vigor la Ley de Responsabilidades Políticas, en la cual se da carácter oficial a la «depuración» de funcionarios y trabajadores porque todos deben ser fieles al nuevo régimen.

Según recuerda Antoni Garí, «para pasar la depuración que exigían en aquel momento se tuvo que presentar un aval de la Falange, un aval de la Guardia Civil y un aval del Ayuntamiento. Tres avales. Y te dejaban en libertad o te ponían en un campo de concentración. Esto es lo que pasó cuando acabó la guerra».

Los sospechosos de haber colaborado con los rojos también podían acabar en «la tintorería», explicaba Antoni Garí.

«Ese era un local donde llevaban a la gente que cogían los de Falange: hubo muchos desgraciados que habían robado algo durante la guerra y estos se la cargaron. En cambio, otros se llenaron los bolsillos y habían huido a Francia».

«La tintorería» que recordaba Antoni Garí estaba situada en la calle Teatre. «Llamaban así a ese sitio porque entrabas blanco y salías azul, de las palizas que te daban».

Durante los meses posteriores a abril de 1939, los soldados vilanovins que habían combatido en el ejército republicano, así como otras personas que habían huido de la ciudad, poco a poco van regresando a sus hogares.

Se encuentran, sin embargo, con una ciudad completamente diferente a la que dejaron meses atrás.

Xavier García, por ejemplo, que había estado en los campos de refugiados de Francia y después de regresar a España fue enviado a una prisión de Lleida, volvió a poner los pies en Vilanova i la Geltrú un día de septiembre de 1939.

«Subimos desde la estación y cuando llegamos a la Pañería Sabadell, eran las nueve de la noche. Entonces la radio daba el parte público. Y toda la gente en la Rambla se detuvo en seco, pusieron el disco de la Marcha Real y todos con el saludo del brazo extendido».

«Fue quizás la única vez que mi madre me hizo la señal y yo también tuve que levantar el brazo. Porque quien no lo hacía, si te veían, malo para ti. Y toda la Rambla parada. Esto fue cinco meses después de acabada la guerra».

Pocos días después de haber regresado a Vilanova, Xavier García fue sometido a un consejo de guerra. Quien lo denunciaba era «un señor que generosamente pensaba que defendía las esencias de la patria española», en palabras del mismo García.

La base de la acusación eran unos artículos que García, cuando tenía 17 años, había publicado en el Boletín del Comité de Defensa Local de Vilanova. Unos artículos en defensa de la República y en protesta por la ejecución del líder de Unión Democrática de Cataluña, Carrasco i Formiguera.

«Me cayeron seis años y un día de prisión por mi ‘acción criminal’. Dado que era menor cuando publiqué aquellos escritos, solo cumplí dos meses en la cárcel, en el edificio Casernes, donde ahora está la Escuela de Arte».

«Un año y medio después, sin embargo, como la guerra, el exilio a Francia y la prisión eran poca cosa, Franco nos quiso acabar de redimir yendo dos años más al servicio militar», añadía Xavier García, que fue destinado a la caserna de Lepanto, en Barcelona.

En efecto, los soldados catalanes que habían combatido en las tropas republicanas fueron llamados de nuevo, pero esta vez para servir en otro ejército.

Por ejemplo, Bonaventura Orriols tuvo que cumplir cuatro años en la Marina, desde mayo de 1939 hasta marzo de 1943. Esta larga mili tuvo su origen en una orden ministerial de marzo de 1939, por la cual se ordenaba la reincorporación a filas de las levas pertenecientes a la «inscripción marítima» de 1938, 1939 y 1940 «procedentes de la zona liberada de Cataluña y Menorca», según constaba en el Boletín Oficial 87. «El régimen franquista quiso así castigar a los catalanes», afirmaba Orriols.

Envían a prisión al músico Francesc Montserrat y a los artistas Joaquim Mir y Martí Torrents

En Vilanova i la Geltrú, la condena de seis años y un día contra los enemigos de la nueva España liderada por Francisco Franco también fue impuesta a tres vilanovins ilustres: el maestro de música Francesc Montserrat y los pintores Martí Torrents y Joaquim Mir.

Según explicaba Joan Alemany, amigo de Montserrat y Torrents, las penas no fueron cumplidas en su totalidad «pero la consigna era que, por poco que fuera, todos tenían que pagar».

Así pues, el músico Francesc Montserrat fue procesado por haber sido «ladrón de pianos» y Martí Torrents «por haber participado en 40 asesinatos», según constaba en los respectivos expedientes.

«En el caso del maestro Montserrat, lo que llevó más cola fue, precisamente, un piano de cola muy bueno», explicaba Joan Alemany. «Ese piano, que lo había guardado la Generalitat en un almacén de Barcelona junto con otros durante la guerra para que no fuera destruido como ‘instrumento de la burguesía’, lo fue a recoger el maestro Montserrat y se utilizó para dar conciertos. Acabada la guerra, lo acusan de haber robado este piano y otros más». Ver también el capítulo 27: «Lenin, Natacha y Espartaco, las nuevas escuelas de Vilanova i la Geltrú».

«El maestro Francesc Montserrat políticamente no era de ningún partido, pero ideológicamente era catalanista y de izquierdas, de ideales progresistas. Lo cogieron para depurarlo», añadía Alemany.

El reconocido maestro pasó tres meses en la cárcel. En 1943, el Ayuntamiento le ofreció trabajo como director de una banda municipal de música.

En cuanto a Martí Torrents, este tenía que enfrentarse a una acusación mucho más grave y, a la vez, irreal: haber participado en 40 asesinatos en Vilanova i la Geltrú durante la ola revolucionaria.

Cabe recordar que el propio Martí Torrents había dejado constancia escrita de estos asesinatos porque en 1936 él era el juez de paz de la ciudad y consideraba que esta lista de fallecidos algún día podría servir de ayuda para las familias de las víctimas. Ver también el capítulo «Ola de asesinatos de julio-septiembre de 1936 en Vilanova i la Geltrú«.

«Lo denunció un vilanoví enemigo suyo, que lo acusaba, además, de ser rojo, catalanista y separatista», recordaba Joan Alemany.

«El caso es que Martí Torrents fue a parar a la prisión de Girona. Dicen que el coronel que lo iba a juzgar, mientras leía la parte acusatoria, lo iba mirando. Y al terminar dice: ‘Caramba, no tiene cara este hombre de haber hecho lo que dice aquí’. Se demostró, por lo tanto, que la acusación era un montaje porque, si no, lo habrían fusilado 40 veces», comentaba Alemany.

A pesar de ello, a Martí Torrents le fue impuesta la condena de seis años y un día. El artista cumplió unos cuantos meses en la cárcel y luego fue enviado al sanatorio de unas religiosas.

«Yo creo que en la cárcel hizo comedia e hizo creer que estaba trastornado, para poder ir a un lugar más cómodo. ¿La prueba? Que con las monjas, donde por cierto decoró la iglesia, no dio ningún problema», explicaba su amigo Alemany.

El caso, sin embargo, es que cuando Martí Torrents fue puesto en libertad ya no quiso instalarse en Vilanova i la Geltrú, sino que prefirió adquirir una casa, que restauró para vivir, en Viladellops, entre Canyelles y Vilafranca del Penedès.

Otro reconocido artista de la ciudad, amigo de Martí Torrents, que fue castigado por el régimen franquista fue el pintor Joaquim Mir, también debido a sus ideales progresistas y porque simpatizaba con la II República.

Joaquim Mir había nacido en Barcelona en 1873 y en 1921 se casó con la vilanovina Maria Estalella, motivo por el cual se trasladó a vivir a Vilanova i la Geltrú y rápidamente se integró en la vida cultural y tejido social de la ciudad. De hecho, el pintor se hizo socio del Foment Vilanoví.

En los años 30, Mir ya era un pintor impresionista famoso que exponía en toda Europa y Norteamérica. Cuando estalló la Guerra Civil, sin embargo, Joaquín Mir se vio obligado a intercambiar algunos de sus cuadros por alimentos de primera necesidad.

Poco después de la llegada de las tropas franquistas a Vilanova i la Geltrú, Joaquim Mir fue encarcelado por un corto período, por motivos completamente infundados. Fue acusado de «tráfico de cuadros». La humillación que sufrió, sin embargo, fue demasiado fuerte para él. El pintor murió poco después, en 1940.

«En la España de Franco no se pasa hambre»

En junio de 1939, Concepción Ventosa y su esposo, que habían huido a Francia, regresan a Vilanova i la Geltrú. La hija de Joan Ventosa i Roig, uno de los fundadores de ERC, recordaba «la primera vez que fui al cine y me hicieron levantar la mano. Me quería fundir. Porque entonces te paraban la película a medias y te ponían el Cara al sol. Y todos tenían que ponerse de pie… Yo, mira, no soy ni de puños ni de manos alzadas. Me gusta dar la mano».

Así pues, el puño cerrado durante la etapa revolucionaria y el brazo extendido o saludo fascista cuando llegaron los franquistas, se convirtieron en símbolo de lo que muchas personas rechazaban por igual.

Según recordaba Xavier García, el día de Sant Jordi de 1939, Joan Casanovas, presidente del exilio del Parlament de Catalunya, escribió a los catalanes que estaban detenidos en Francia, en campos de refugiados. «Casanovas remarcaba que nosotros no podíamos ni levantar el brazo ni cerrar el puño, porque todo eso iba en contra del espíritu de nuestra manera de ser como catalanes y como ciudadanos».

La Guerra Civil había terminado, pero las condiciones de vida de la posguerra eran durísimas.

Por ejemplo, cuando las tropas franquistas entraron en Vilanova i la Geltrú, se instaló un comedor donde se daba arroz y lentejas. El racionamiento de alimentos, sin embargo, se prolongaría unos cuantos años más.

Santos Robles y sus hermanos eran unos chavales que iban a la estación de tren de Vilanova a pedir comida a los soldados. «Debido a eso, nos detuvieron unos hombres de la Falange y nos llevaron a su sede. No nos hicieron nada porque éramos jóvenes, pero tuvieron que venir nuestras madres a sacarnos de allí. Los de la Falange nos advirtieron: ‘En la España de Franco no se pasa hambre’. O sea, que no podíamos volver a la estación a pedir comida».

En muchos lugares se pasaba hambre. También en la playa de Vilanova, de donde eran Santos Robles y sus amigos, todos de familias de pescadores.

Y es que las barcas de pesca de Vilanova (que, pocos días antes de acabar la guerra, habían recibido la orden de abandonar la ciudad) aún estaban retenidas en Portbou, cerca de la frontera francesa. Los pescadores vilanovins no querían abandonar sus barcas y tenían que ir por las masías cercanas a pedir comida. Tampoco podían volver a Vilanova i la Geltrú porque no disponían de combustible.

Finalmente, recibieron el permiso para marchar y la gasolina. Durante el trayecto de vuelta, sin embargo, el barco de guerra Canalejas intercepta las barcas y pide la documentación a los tripulantes. Por causas desconocidas, una de las barcas choca con el Canalejas y se hunde. Los pescadores son capturados y llevados a la prisión de Montjuic.

Santos Robles recordaba muy intensamente este episodio: «Y nosotros no sabíamos nada. Nada. Y entonces, al cabo de dos meses, un día en la calle Ferrer i Vidal, vemos que llega el papa a pie con un trozo de saco donde no llevaba nada… Muerto de hambre, sin afeitar… ¡Pobre! Qué cuadro allí. Nos agarramos todos a él. Ay… las guerras son malas. Que no vengan guerras, y menos entre nosotros».

El joven Santos Robles ya no volvió a Madrid -de donde había llegado en 1936 como niño refugiado de guerra- sino que se quedó a vivir en Vilanova con su familia adoptiva. Precisamente, su hermano adoptivo mayor, Joan, fue enviado por las autoridades franquistas al campo de concentración de San Marcos, en la provincia de León.

«Nuestra madre tuvo que conseguir avales y papeles de buena conducta. Había, sin embargo, un falangista vilanoví que daba malos informes sobre él. Yo creo que era por motivos personales. Parece que mi hermano Joan le había quitado una novia durante un baile. El caso es que mi hermano lo pasó mal en el campo, con fiebres… A veces he visto por la Rambla a este antiguo falangista, que ya es mayor y va cojo, poco a poco. Y pienso: mira, va así por el mal que hizo».

PORTADA DEL DIARIO “VILLANUEVA Y GELTRÚ”, DEL 10 DE ENERO DE 1942. Fuente: Arxiu Comarcal del Garraf.

Balance de la Guerra Civil en muertos

El balance de la Guerra Civil española es aterrador: cerca de 600.000 personas han muerto durante el conflicto, incluyendo los caídos en combate, las víctimas de la represión en ambos bandos y los fallecidos por bombardeos, desnutrición y enfermedades.

Según el estudio «El coste humano de la Guerra Civil en Vilanova», de Francesc X. Puig Rovira, un total de 278 vilanovins perdieron la vida como consecuencia de la guerra.

El conflicto bélico también tuvo otro coste, el económico. Fábricas, infraestructuras y material de transporte fueron objetivos militares preferentes durante los años de la guerra.

La Pirelli había sido destruida parcialmente con cargas explosivas y para su reconstrucción se requirió una inversión de 30 millones de pesetas de la época, según cálculos de la empresa realizados en 1941.

Por otro lado, las nuevas autoridades franquistas pusieron especial interés en reconstruir otros edificios, las iglesias.

En Vilanova i la Geltrú, las parroquias no habían llegado a ser incendiadas, pero la de Sant Antoni no tenía ni techo porque había sido semiderruida durante la guerra.

Los fieles católicos de Vilanova i la Geltrú, sin embargo, no tardaron en comprobar que en la España de Franco las relaciones con Dios eran concebidas de otra manera.

Para empezar, según explicaba Bonaventura Orriols, la antigua Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña (institución en los años 1930 que había tenido una gran fuerza e impulso) no se pudo reconstituir.

Por otro lado, Jaume Carbonell recordaba: «Entonces mucha gente empezó a ir a misa, muchos que no habían ido nunca porque no tenían creencias religiosas. Pero se trataba de estar bien con el régimen y eso duró muchos años. Se iba a misa por compromiso. Al fin y al cabo, la Iglesia era parte integrante del nuevo régimen porque en sí favorecía este estado de cosas o lo protegía».

Además, según comentaba Bonaventura Orriols, la existencia de una Iglesia catalana clandestina durante la guerra «no gustó nada a las fuerzas que ocuparon Cataluña ni a la jerarquía eclesiástica que se hizo cargo de la situación. Porque la iglesia clandestina fue algo de lo más impresionante que se pueda ver». Ver capítulo 32: Els catòlics organitzen misses secretes.

Orriols añadía: «Cuando entraron las tropas nacionales, la Iglesia pudo volver a abrir las puertas, pero en otra lengua. Nos obligaron a renunciar a la nuestra. Aquello que decía la tercera estrofa del himno de la Federación: ‘Som catalans i cristians que és com ser heroi dues vegades’. Unos no nos dejaron ser cristianos y otros no nos dejaron ser catalanes. Un ideal tan noble, tan bonito; ser catalanes y cristianos. ¡Qué difícil nos lo pusieron!».

Soldados republicanos mueren en los campos de exterminio nazis

Cinco meses después de haberse acabado la Guerra Civil española, en septiembre de 1939, estalla la Segunda Guerra Mundial.

Las primeras tropas francesas que se enfrentan a los soldados alemanes son las de la Legión Extranjera. Numerosos españoles están alistados en este cuerpo de élite francés. Se trata de antiguos soldados republicanos que habían cruzado la frontera seis meses antes. Al enrolarse en la Legión, lo hacían por un período de cinco años y luego pasaban a ser súbditos franceses.

Otros soldados republicanos, en lugar de alistarse en la Legión, optaron por integrarse en las brigadas de trabajo civil agregadas al Cuerpo de Ingenieros del Ejército francés. Los miembros de estas brigadas, cerca de 11.000 hombres, serán hechos prisioneros por el ejército alemán.

Los antiguos soldados republicanos no serán devueltos a España: así lo acordaron los gobiernos de Adolf Hitler y Francisco Franco. Su destino será Mauthausen, Dachau o Buchenwald, los campos de exterminio nazis donde también murieron millones de judíos.

Cerca de 7.000 antiguos soldados republicanos españoles murieron en los mencionados campos. Entre ellos, doce vilanovins que fueron deportados a Mauthausen, con edades comprendidas entre los 27 y los 47 años. Una placa colocada actualmente en la puerta de la Escuela Municipal de Música recuerda sus nombres.

Después de la Guerra Civil, el camino de muchos dirigentes de la época republicana o del período revolucionario fue el exilio.

Por ejemplo, los alcaldes anarquistas de Vilanova i la Geltrú, Joan Recasens y Marià Callau; o el socialista Miguel Soler Bastero, huyeron a Francia, donde se establecieron la mayoría de los exiliados.

Otros fueron a América, especialmente a México, como el exalcalde de ERC Antoni Escofet y su compañero de partido Joan Ventosa i Roig; el líder anarquista Ricardo Mestre; el maestro Patricio Redondo; o el exalcalde anarquista Carles Figueres.

Puedes leer el libro completo en este enlace: La Guerra Civil a Vilanova i la Geltrú


Homenaje a las víctimas el 21 de enero en el cementerio municipal

El cementerio de Vilanova i la Geltrú acogerá este domingo 21 de enero de 2024 a las doce del mediodía una ofrenda floral con motivo del homenaje anual a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo.

Tras la ofrenda floral por parte del alcalde de la ciudad y de los portavoces de los grupos municipales, el alcalde de Vilanova i la Geltrú Juan Luis Ruiz realizará un parlamento.

Cabe recordar que la Comisión de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú, en la sesión del 26 de septiembre de 2016, acordó rendir homenaje cada 21 de enero a las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura.

Dicho acuerdo «refleja el compromiso municipal de reconocimiento y de reparación a todas las víctimas».


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