Sábado 14 de marzo de 2020. El Gobierno de España ha declarado el estado de alarma durante 15 días. En Cataluña, el Govern ha decretado el cierre de bares, restaurantes, gimnasios, cines y teatros durante dos semanas. Sólo están autorizados a abrir sus puertas los establecimientos dedicados a la venta de productos de alimentación, higiene y limpieza. Escuelas, institutos y Universidades han cerrado hasta nuevo aviso.

En Vilanova i la Geltrú, el Ayuntamiento ha pedido a los vecinos que se queden en casa y limiten sus salidas a la calle a lo imprescindible.

El viernes ya se vieron escenas de compras compulsivas y estanterías vacías en el Mercadona de la ronda Europa. Agua, papel higiénico, leche, arroz, legumbres, pastas o pan son algunos de los productos que en pocas horas desaparecieron.


Todo parece una película de ciencia ficción, algo surrealista ¿Será verdad lo que estamos leyendo por internet y lo que sale por la televisión?


¿Son falsas esas fotos que nos están enviando amigos y familiares por WhatsApp, donde se ven colas en los supermercados y gente afanándose a llenar el carro de la compra, como si se acercara un apocalipsis zombi?

Salgo a la calle el sábado a las 11 de la mañana para ir a hacer la compra de la semana. En apariencia todo es normal: se ve gente caminando, coches circulando…

Llego al supermercado. Veo menos coches aparcados que otros sábados por la mañana. Es lógico, pienso, pues el Ayuntamiento ha cerrado el pabellón deportivo que está enfrente y no se celebran partidos.

Accedo al interior del supermercado y al instante percibo que algo no encaja en la normalidad.

Sin carne ni papel higiénico

El sentido de orden germánico que caracteriza esta cadena de supermercados parece haberse alterado.

Las estanterías de la fruta y la verdura, siempre a rebosar, aparecen algo desangeladas. Apenas quedan naranjas y calabacines, los pepinos y pimientos han desaparecido.

Tampoco quedan patatas y muy pocas cebollas. En cambio, sí hay en abundancia plátanos, kiwis, aguacates, mandarinas y manzanas.

Sin embargo, la nevera de la carne aparece completamente arrasada. No queda ni una triste salchicha de pollo. Solo han quedado cuatro paquetes de carpaccio. Un cartel dice “El suministro de carne llega el lunes, gracias”.

Me dirijo al lineal de productos de limpieza. Los rollos de papel higiénico han desaparecido por completo.

Otras estanterías que aparecen vacías o semi-vacías son las de legumbres y pastas. “El suministro de legumbres, pasta y arroz llegará el lunes, gracias”, avisa otro cartel.

De hecho, solo en este supermercado esperan la llegada de varios camiones para el próximo lunes 16 de marzo. “La gente se ha trastocado un poco comprando compulsivamente y por eso se ven algunas estanterías vacías. Pero el lunes volveremos a tener de todo como siempre”, dice una encargada a un cliente.

No queda ni una sola garrafa de agua, ni de 8 litros ni de 5 litros. No quedan ni tan solo botellas de agua de litro y medio. “El agua llegará el lunes”, dice un cartel.

Afortunadamente, el lineal de las cervezas está muy bien surtido y me hago con una caja de una docena de Estrella Galicia.

Con chandal y mascarilla

Entonces las veo. Pensaba que solo presenciaría una imagen así si algún día iba a China. Pero no. Allí están. Son dos mujeres con mascarilla protectora y en chándal. Están haciendo la compra.

Me viene a la cabeza la canción de Martirio: “Con mi chándal y mis tacones, arreglá pero informal (…) con los niños por delante nos vamos al híper”.

Veo una tercera mujer con mascarilla comprando unos cereales. Y luego una cuarta, en la cola para pagar. E incluso una cajera está atendiendo también a los clientes con una mascarilla. Y entonces me doy cuenta que todas las dependientas del supermercado llevan guantes de látex.

Estoy viendo la nueva normalidad.

Una cajera está hablando con una compañera suya. Se queja porque varios clientes han cogido en la estantería de la fruta unos guantes de plástico y con ellos han hecho la compra y se han paseado por todo el supermercado. No se queja porque hayan usado guantes, sino porque ahora le entregan esos mismos guantes sobados y sudados a ella, en lugar de llevárselos a su casa y tirarlos al cubo de basura.

“La gente tendría que venir a hacer la compra usando sus propios guantes. Y quien no los usara, que no se le permitiera entrar”, dice la dependienta. Su compañera asiente: “Nos estamos jugando la vida para que la gente pueda comer”.

El sábado por la tarde me muevo por el centro de la ciudad y tomo algunas fotografías, que cuelgo en el perfil de vilanova blog en Instagram. Las calles y plazas, normalmente abarrotadas a esa hora, aparecen casi desiertas.

Es increíble cómo nuestras vidas han cambiado por culpa del coronavirus.